miércoles, 4 de noviembre de 2015




Dios es Amor: ¿Cómo definimos nosotros el Amor?
Dios es Amor”. ¿Pero cómo lo definimos? El diccionario define al amor como “un intenso afecto por otra persona, basado en lazos familiares o personales”. Habitualmente, este “intenso afecto” tiene raíz en una atracción sexual por otra persona. Nosotros amamos a otra gente o decimos amar a otras personas, cuando somos atraídos a ellos o cuando nos hacen sentir bien. Fíjate que la frase clave en la definición de amor del diccionario, es la frase “basado en”. Esta frase implica que nosotros amamos de manera condicional; en otras palabras, nosotros amamos a alguien porque ellos cumplen una condición que nosotros requerimos antes de que podamos amarles. ¿Cuántas veces has escuchado o has dicho: “Te amo porque eres linda”, o “Te amo porque me cuidas”, o “Te amo porque es divertido estar contigo”?

Nuestro amor no solo es condicional, también es “mercurial”. Nuestro amor se basa en sentimientos y emociones que pueden cambiar de un momento a otro. La tasa de divorcios es extremadamente alta en la sociedad actual, porque los esposos y esposas supuesta mente dejan de amarse unos a otros o se “desenamoran”. Podrían estar atravesando un bache en su matrimonio y ya no “sienten” amor por sus cónyuges, así que se dan por vencidos. Evidentemente, su voto matrimonial de “hasta que la muerte nos separe”, significa que pueden separarse cuando el amor por su cónyuge muera, en lugar de cuando mueran físicamente.

¿Puede alguien realmente comprender el amor “incondicional”? Parece que el amor que los padres tienen por sus hijos es lo más cercano que podemos ver de un amor incondicional, sin la ayuda del amor de Dios en nuestras vidas. Nosotros continuamos amando a nuestros hijos a través de los buenos y malos tiempos, y no dejamos de amarlos, aunque no cumplan las expectativas que tenemos de ellos. Tomamos la decisión de amar a nuestros hijos, aunque los consideremos no merecedores de ese amor; nuestro amor no se detiene cuando nosotros no “sentimos” amor por ellos. Este amor es similar al amor de Dios por nosotros. Pero como lo veremos, el amor de Dios trasciende la definición humana de amor a un punto que nos es difícil entender.

Dios es Amor: ¿Cómo define Dios el Amor?
La Biblia nos dice que “Dios es Amor” (1 Juan 4:8). ¿Pero cómo podemos siquiera comenzar a comprender esa verdad? Hay muchos pasajes en la Biblia que nos dan la definición de Dios del amor. El versículo mejor conocido es Juan 3:16: “Porque tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna”. Así pues, una manera en la que Dios define el amor es en el acto de entrega. Sin embargo, lo que Dios dio (o deberíamos decir, a “quien” Dios dio), no era simplemente un obsequio envuelto; Dios sacrificó a su hijo único para que nosotros, los que ponemos nuestra fe en su hijo, no pasemos la eternidad separados de él. Este es un amor asombroso, porque nosotros somos quienes escogemos estar separados de Dios por nuestro propio pecado, y aun así, es Dios quien enmienda esta separación por medio de su intenso sacrificio personal, y todo lo que tenemos que hacer es aceptar su obsequio.

Otro gran versículo sobre el amor de Dios se encuentra en Romanos 5:8: “Pero Dios demuestra su amor por nosotros en esto: en que cuando todavía éramos pecadores, Cristo murió por nosotros”. En este versículo y en Juan 3:16, no encontramos condición alguna de la cual dependa el amor de Dios por nosotros. Dios no dice: “Tan pronto como limpies tus acciones, te amaré”; ni tampoco dice: “Sacrificaré a mi hijo si prometes amarme”. De hecho, en Romanos 5:8, encontramos exactamente lo opuesto. Dios quiere que nosotros sepamos que su amor es incondicional; por eso envió a su hijo, Jesucristo, a morir por nosotros, mientras nosotros éramos aún pecadores. No tuvimos que limpiarnos, no tuvimos que hacer ninguna promesa a Dios antes de poder experimentar su amor. Su amor por nosotros siempre ha existido y por ello, él entregó todo y sacrificó todo mucho antes de que estuviéramos conscientes de que necesitábamos su amor.
Dios es Amor: Es Incondicional
Dios es Amor, y su amor es muy diferente al amor humano. El amor de Dios es incondicional y no se basa en sentimientos o emociones. No nos ama porque nosotros seamos fáciles de amar o porque le hagamos sentir bien; él nos ama porque él es amor. Él nos creó para tener una relación amorosa con él y sacrificó a su propio hijo (quien también estaba dispuesto a morir por nosotros) para restaurar esa relación.


Dios te ama tanto que envió a Jesús en una misión de amor con un mensaje de amor. La Biblia no dice que Dios da amor; dice que Dios es amor. Su naturaleza es amor; Dios es amor.
Dios creó el universo entero. Él creó este planeta; Él creó la raza humana. Entonces, Él te creó porque te ama.
Se podría decir que la razón por la que estás vivo es porque Dios te ha creado como un objeto de su amor. Dios te hizo para que Él te pudiera amar y para que tú lo pudieras amar a Él. El amor de Dios por ti es la razón por la que tu corazón está latiendo en este momento; es la razón por la que puedes respirar.
Las Buenas nuevas de Dios es que Él te ama en tus buenos días lo mismo que en tus días malos. Él te ama cuando puedes sentir su amor, y Él te ama cuando aparentemente no puedes sentir su amor. Él te ama, independientemente de que tú creas que mereces o no mereces su amor.
No hay nada que puedas hacer que haga que Dios deje de amarte. Puedes intentarlo, pero simplemente no sucederá - porque su amor por ti se basa en su carácter y no en lo que hagas o digas o sientas.
Dios te ama tanto que envió a su único Hijo, Jesús, a este mundo, “para que todo el que crea en él no se pierda, sino que tenga vida eterna.” Juan 3:16 
Cuando Jesús extendió sus brazos tan amplio como la cruz, Él te estaba diciendo, "¡Esto es lo mucho que te amo! Te amo tanto que duele. Te amo tanto que voy a morir por ti porque no quiero vivir sin ti. "
El amor de Dios sobrepasa todo conocimiento humano, y es difícil para cualquiera de nosotros comprender cuán ancho, cuán largo, cuán alto y cuán profundo es el amor de Dios por cada uno de nosotros (Efesios 3:17-19).

El poder del amor de Dios

¿Por qué el verdadero amor conmueve todo corazón? ¿Por qué la frase sencilla “Te quiero” produce en todos tal alegría?

El hombre da varias razones, pero la verdadera razón es que toda persona que viene a la tierra es un hijo o una hija espiritual de Dios. Debido a que todo el amor emana de Dios, nacemos con la capacidad y el deseo de amar y ser amados. Uno de los vínculos más fuertes que tenemos con nuestra vida pre-terrenal tiene que ver con lo mucho que nuestro Padre y Jesús nos amaron y lo mucho que nosotros los amamos a Ellos. Pese a que se descorrió un velo sobre nuestra memoria, siempre que percibimos el verdadero amor, se despierta una añoranza que no se puede negar.
El responder al verdadero amor es parte de nuestro ser verdadero; llevamos en nuestro interior el deseo de experimentar aquí en la tierra el amor que sentimos allá. Únicamente si sentimos el amor de Dios y llenamos nuestros corazones de Su amor podemos ser realmente felices.
El amor de Dios llena la inmensidad del espacio; por lo tanto, no hay escasez de amor en el universo, sólo en nuestra disposición para hacer lo que sea necesario para sentirlo. Para lograrlo, Jesús explicó que debemos “[amar] al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo” (Lucas 10:27).
Cuanto más obedezcamos a Dios, tanto mayor será nuestro deseo de ayudar a los demás; cuanto más ayudemos a los demás, tanto más amaremos a Dios y así sucesivamente. Y a la inversa, cuanto más desobedezcamos a Dios y cuanto más egoístas seamos, tanto menor será el amor que sintamos.
El tratar de encontrar el amor perdurable sin obedecer a Dios es como tratar de saciar la sed al beber de una taza vacía; se cumple con las formalidades, pero la sed no se quita. De igual forma, el tratar de encontrar el amor sin ayudar a los demás ni sacrificarse por ellos es como tratar de vivir sin comer; va en contra de las leyes de la naturaleza y es imposible lograrlo. No podemos fingir el amor; éste debe formar parte de nosotros. El profeta Mormón explicó:
“…la caridad es el amor puro de Cristo, y permanece para siempre; y a quien la posea en el postrer día, le irá bien.
“Por consiguiente, amados hermanos míos, pedid al Padre con toda la energía de vuestros corazones, que seáis llenos de este amor” (Moro ni 7:47–48).
Dios está ansioso de ayudarnos a sentir Su amor, dondequiera que estemos. Permítanse darles un ejemplo.
Cuando era un joven misionero, fui asignado a una pequeña isla de aproximadamente 700 habitantes en una región remota del Pacífico Sur. Para mí el calor era sofocante, los mosquitos eran terribles, había barro por todos lados, el idioma era muy difícil y la comida era… “diferente”.
Después de unos meses, un poderoso huracán azotó nuestra isla; la devastación fue enorme; las cosechas fueron destruidas, hubo personas que perdieron la vida, a las casas se las llevó el viento y la estación del telégrafo —lo único que nos unía con el mundo exterior— quedó destruida. Una pequeña embarcación del gobierno normalmente llegaba una o dos veces al mes, de modo que racionamos nuestra comida para que nos durara cuatro o cinco semanas, con la esperanza de que para entonces llegara el barco. Pero no llegó. Cada día que pasaba nos debilitábamos más. Hubo actos de gran bondad, pero al pasar la sexta y séptima semanas con muy poca comida, nuestras fuerzas decayeron considerablemente. Mi compañero nativo, Feki, me ayudó en todo lo que pudo, pero al entrar la octava semana, yo ya no tenía energías. Me sentaba bajo la sombra de un árbol y oraba, y leía las Escrituras y pasaba horas y horas meditando en las cosas de la eternidad.
La novena semana empezó con poco cambio externo. Sin embargo, se realizó un gran cambio en mi interior. Sentí el amor del Señor de manera más profunda que antes y aprendí, por mí mismo, que Su amor “es más deseable que todas las cosas… Sí, y el de mayor gozo para el alma” (1 Nefi 11:22–23).
Para entonces yo estaba hecho un esqueleto. Recuerdo que observaba, con profunda reverencia, los latidos de mi corazón, la respiración de mis pulmones, y pensaba qué maravilloso cuerpo había creado Dios para albergar un espíritu igualmente maravilloso. La idea de una unión permanente de esos dos elementos, que el amor, el sacrificio expiatorio y la resurrección del Salvador hicieron posible, fue tan inspiradora y satisfactoria, que cualquier molestia física se desvaneció por completo.
Cuando comprendemos quién es Dios, quiénes somos nosotros, la forma en que Él nos ama y el plan que tiene para nosotros, el miedo se disipa. Cuando obtenemos la más pequeña vislumbre de esas verdades, nuestra preocupación por las cosas del mundo desaparece. Y el pensar que de veras creemos las mentiras de Satanás de que el poder, la fama y la riqueza son importantes es algo ridículo, o lo sería, si no fuese algo tan triste.
Aprendí que, así como los cohetes deben vencer la fuerza de gravedad para salir rusientes hacia el espacio, nosotros también debemos vencer la fuerza del mundo para remontarnos a los reinos eternos del entendimiento y del amor. Me di cuenta de que mi vida terrenal podría acabar allí, pero no sentí pánico. Sabía que la vida continuaría, y que ya fuese aquí o allá, en realidad no importaba; lo que importaba era cuánto amor tenía en mi corazón. ¡Sabía que necesitaba más! Sabía que nuestro gozo ahora y para siempre está inseparablemente unido a nuestra capacidad de amar.
Mientras esos pensamientos ocupaban y elevaban mi alma, me fui percatando del alboroto de unas voces; los ojos de mi compañero Feki brillaban de entusiasmo, mientras decía: “Kolipoki, ha llegado un barco y está lleno de alimentos. ¡Nos hemos salvado! ¿No te da gusto?”. No estaba seguro, pero debido a que el barco había llegado, debía ser la respuesta de Dios, de modo que sí, estaba feliz. Feki me dio algo de comer y me dijo: “Toma, come”. Vacilé; miré la comida y luego a Feki. Miré hacia el cielo y cerré los ojos.
Sentí algo en lo hondo de mi ser; estaba agradecido por que mi vida en ese lugar siguiera como antes, pero, sin embargo, sentía una cierta tristeza, un sentimiento sutil de aplazamiento, como cuando la oscuridad apaga los brillantes colores de una puesta de sol perfecta y uno se da cuenta de que tiene que esperar otra tarde para volver a disfrutar de esa belleza.
No estaba seguro de que quería abrir los ojos, pero cuando lo hice, me di cuenta de que el amor de Dios había cambiado todo. El calor, el barro, los mosquitos, la gente, el idioma, la comida ya no presentaban un reto; las personas que habían tratado de hacerme daño ya no eran mis enemigos; todos eran mis hermanos. El estar lleno del amor de Dios es lo que nos da más dicha y vale cualquier esfuerzo.
Le di gracias a Dios por ese tiempo especial y por los muchos recordatorios de Su amor: el sol, la luna, las estrellas, la tierra, el nacimiento de un niño, la sonrisa de una amistad. Le di gracias por las Escrituras, por el privilegio de tener la oración y por el recordatorio más maravilloso de Su amor: la Santa Cena.
Me di cuenta de que al cantar los himnos sacramentales con verdadera intención, frases como “Mostró Su gran amor” o “Su gran amor debemos hoy saber corresponder”, henchirá nuestros corazones de amor y de gratitud (véase “Jesús en la corte celestial”,Himnos, Nº 116 y “En un lejano cerro fue”, Himnos, Nº 119). El escuchar con sinceridad las oraciones sacramentales, las frases como “y a recordarle siempre”, “y a guardar sus mandamientos”, “tener su Espíritu consigo” llenarán nuestro corazón con un profundo deseo de ser mejores (véase D. y C. 20:77, 79). Entonces, al participar del pan y del agua, con un corazón quebrantado y un espíritu contrito, sé que podremos sentir e incluso oír esas palabras tan maravillosas: “Te amo. Te amo”.
Pensé que nunca olvidaría esos sentimientos, pero la fuerza del mundo es fuerte y tendemos a errar, pero Dios sigue amándonos.
Varios meses después de recuperar mis energías, nos vimos atrapados en otra fuerte tormenta, esa vez en alta mar. Las olas enormes volcaron nuestra pequeña embarcación, haciéndonos caer a los tres al violento y agitado océano. Al verme en medio de aquellas aguas turbulentas, me sorprendí, sentí temor y un poco de disgusto. “¿Por qué ha ocurrido esto?”, pensé. “Soy misionero; ¿dónde está mi protección? Se supone que los misioneros no deben nadar”.
Pero debía nadar si deseaba seguir con vida. Cada vez que me quejaba, me hundía, de modo que pronto dejé de quejarme. Las cosas son como son y las quejas de nada sirven. Necesitaba toda la energía posible para mantenerme a flote y llegar a la playa. Habiendo obtenido mi premio de  Águila, me consideraba un buen nadador, pero después de un rato, el viento y las olas me empezaron a debilitar. No dejé de esforzarme, pero llegó un momento en que no podía mover más los músculos.
Tenía una oración en mi corazón, pero aún así me empecé a hundir. A medida que me sumía en lo que tal vez sería la última vez, el Señor infundió en mi mente y en mi corazón un profundo sentimiento de amor por una persona muy especial. Era como si la pudiera ver y oír; aunque se encontraba a más de doce mil kilómetros de distancia, el poder de ese amor vino de pronto, a través del tiempo y el espacio, y me rescató de las profundidades de la oscuridad, de la desesperación y de la muerte, sacándome a la luz, a la vida y a la esperanza. Con un repentino arranque de energía, llegué a la orilla, donde encontré a mis compañeros. Nunca subestimen el poder del verdadero amor, ya que no conoce barreras.
  • Si tenemos el amor de Dios, podemos hacer, ver y comprender cosas que de otro modo no podríamos ver ni comprender. Llenos de Su amor podemos sobrellevar bien el dolor, disipar el temor, perdonar libremente, evitar la contención, renovar la fortaleza y bendecir y ayudar a los demás de maneras que aun a nosotros nos sorprenderían.

Jesucristo poseyó un amor indescriptible al soportar por nosotros dolor, crueldad e injusticias incomprensibles. Mediante el amor que tiene por nosotros, se elevó por encima de obstáculos que de otro modo habrían sido insuperables. Su amor no tiene barreras. Él nos invita a seguirlo y a participar de Su amor infinito, a fin de que nosotros también superemos el dolor, la crueldad y la injusticia de este mundo y podamos ayudar, perdonar y bendecir.
Sé que Él vive y que Él nos ama. Sé que podemos sentir Su amor aquí y ahora. Sé que Su voz es de perfecta suavidad que penetra hasta el alma misma. Sé que Él sonríe y está lleno de compasión y de amor. Sé que tiene toda mansedumbre, bondad, misericordia y deseo de ayudar. Le amo con todo mi corazón. Testifico que cuando estemos listos, Su amor puro se transportará instantáneamente a través del tiempo y del espacio, y nos rescatará de las profundidades de cualquier embravecido mar de tinieblas, pecado, dolor, muerte o desesperación en que nos encontremos, llevándonos a la luz, la vida y el amor de la eternidad. En el nombre de Jesucristo. Amén.

“Lo que el amor de Dios significa”

“Esto es lo que el amor de Dios significa: que observemos sus mandamientos; y, sin embargo, sus mandamientos no son gravosos.” (1 JUAN 5:3.)
1, 2. ¿Por qué ama usted a Jehová?
¿AMA usted a Dios? Si ya le ha dedicado su vida, contestará sin duda con un rotundo sí, y con toda la razón. Para nosotros, querer a Jehová es lo más natural del mundo. En realidad, no hacemos más que corresponder a su amor. Como bien dice la Biblia, “amamos [...] porque él nos amó primero” (1 Juan 4:19).
Jehová siempre busca formas de demostrar que nos quiere. Nos ha dado un hermoso hogar, la Tierra, y día a día nos proporciona todo lo que necesitamos para mantenernos vivos (Mateo 5:43-48). También cuida de algo mucho más importante: nuestras necesidades espirituales. Por ejemplo, nos regaló su Palabra, la Biblia. Y nos invita a orarle, a dirigirnos a él con la confianza de que nos escuchará y de que nos ayudará con su espíritu santo (Salmo 65:2; Lucas 11:13). Pero su mayor muestra de cariño fue enviar a su Hijo más querido a rescatarnos del pecado y la muerte. ¡Qué amor tan grande nos tiene Jehová! (Juan 3:16; Romanos 5:8.)
3. a) ¿Qué tenemos que hacer para mantenernos en el amor de Dios? b) ¿Qué importante pregunta debemos hacernos, y dónde encontramos la respuesta?
Jehová desea que disfrutemos de su amor por toda la eternidad. Pero ¿lo lograremos? Eso dependerá de nosotros. La Biblia exhorta a los cristianos: “Manténganse en el amor de Dios [...] con vida eterna en mira” (Judas 21). El uso del verbo “manténganse” da a entender que, para no perder el amor de Jehová, tenemos que actuar. En efecto, tenemos que corresponder a su amor con obras. Así pues, es esencial que cada uno de nosotros se pregunte: “¿Qué debo hacer para demostrarle a Dios que lo amo?”. Para ver la respuesta, leamos las palabras inspiradas del apóstol Juan: “Esto es lo que el amor de Dios significa: que observemos sus mandamientos; y, sin embargo, sus mandamientos no son gravosos” (1 Juan 5:3). Dado que estamos interesados en demostrarle a Dios que lo amamos muchísimo, examinemos qué quieren decir exactamente esas palabras de Juan.

“ DE DIOS ESTO ES LO QUE EL AMOR SIGNIFICA

4, 5. a) ¿Qué quiso decir Juan con la expresión “el amor de Dios”? b) Explique cómo ha ido creciendo en su corazón el amor por Jehová.
Al hablar en este versículo del “amor de Dios”, ¿a qué se refería el apóstol Juan? No al amor que Dios siente por nosotros, sino al que nosotros sentimos por él. Seguramente, usted recuerda el tiempo en que empezó a crecer ese amor en su corazón.


6. ¿Cómo se demuestra el amor verdadero, y qué ha hecho usted por amor a Dios?
Pero esos sentimientos no eran todavía verdadero amor. ¿Por qué decimos esto? Porque el amor va más allá de los sentimientos y las palabras. Amar a Dios es mucho más que decir: “Yo amo a Jehová”. Al igual que la fe, el amor verdadero se demuestra con obras (Santiago 2:26). Sin duda, cuando amamos a alguien, queremos hacer las cosas que le agradan. Y eso fue lo que ocurrió en su caso. Cuando el amor por su Padre celestial echó raíces en su corazón, quiso vivir de la forma que a él le agrada. Quizás hasta se bautizó como testigo de Jehová. Si así lo hizo, está claro que sentía profundo cariño y devoción por Dios, y que por ese motivo tomó la decisión más importante de todas: prometerle a Dios que dedicaría el resto de la vida a hacer su voluntad, y luego simbolizar esa dedicación bautizándose (Romanos 14:7, 8). Pero, como veremos a continuación, para cumplir esa promesa tan importante hay que hacer lo que señala el apóstol Juan.

“OBSERVEMOS SUS MANDAMIENTOS”

7. ¿Cuáles son algunos mandamientos de Dios, y qué hay que hacer para observarlos?
Juan explica que el amor de Dios significa “que observemos [u obedezcamos] sus mandamientos”. ¿Cuáles son estos mandamientos? La Biblia nos lo indica. Entre otras cosas, Jehová prohíbe emborracharse, cometer inmoralidad sexual, adorar ídolos, robar y mentir (1 Corintios 5:11; 6:18; 10:14; Efesios 4:28; Colosenses 3:9). Para observar los mandamientos de Dios hay que vivir según las normas morales expuestas en la Biblia.
8, 9. Al enfrentarnos a situaciones sobre las que no hay ningún mandamiento bíblico directo, ¿cómo podemos saber qué quiere Jehová que hagamos? Ponga un ejemplo.
Sin embargo, para agradar a Jehová no basta con obedecer los mandamientos que él ha dejado escritos en la Biblia. Jehová no nos agobia con leyes que regulen cada paso que damos. De hecho, nos enfrentamos todos los días a muchas situaciones sobre las que no hay ningún mandamiento bíblico directo. En tales casos, ¿cómo sabemos si Jehová estará contento con lo que pensamos hacer? Pues bien, ¿dónde encontramos indicaciones claras sobre cómo ve Dios las cosas? Nuevamente, en la Biblia. Cuando la estudiamos, aprendemos lo que Jehová ama y lo que odia (Salmo 97:10; Proverbios 6:16-19). De este modo, vamos viendo cuáles son las actitudes y conductas que le agradan. Al ir conociendo la manera de ser y actuar de Jehová, se nos hace cada vez más fácil saber si una decisión está de acuerdo con la voluntad de Dios o no. Así, muchas veces logramos percibir “cuál es la voluntad de Jehová” sobre determinado asunto aunque la Biblia no contenga una ley específica (Efesios 5:17).
Pongamos un ejemplo. La Biblia no señala directamente en ningún sitio que evitemos los programas y películas inmorales o muy violentos. Pero ¿hace falta una ley directa que los prohíba? Ya sabemos lo que opina Jehová. En su Palabra deja muy claro que él “odia a cualquiera que ama la violencia” y que “juzgará a los fornicadores y a los adúlteros” (Salmo 11:5; Hebreos 13:4). Cuando reflexionamos en estas palabras inspiradas llegamos a comprender cuál es la voluntad de Jehová. Y por eso decidimos no entretenernos viendo imágenes muy gráficas de cosas que él odia. Este mundo trata de hacernos creer que las diversiones que promueven la corrupción son inofensivas, pero a Jehová le complace que las evitemos a toda costa.*
10, 11. ¿Por qué queremos obedecer siempre a Jehová, y con qué actitud le obedecemos?
10 ¿Cuál es la razón principal por la que obedecemos los mandamientos divinos? En otras palabras, ¿por qué deseamos vivir todos los días como Dios quiere? No es solo por ahorrarnos problemas o por evitar que él nos castigue (Gálatas 6:7). Obedecemos a Jehová porque comprendemos que es una magnífica manera de demostrarle cuánto lo amamos. Al igual que los niños desean la aprobación de sus padres, nosotros deseamos la aprobación de Jehová (Salmo 5:12). Él es nuestro Padre y lo queremos mucho. Nada nos produce más alegría ni más satisfacción que saber que nuestra conducta cuenta con la “aprobación [...] de Jehová” (Proverbios 12:2).
11 Por eso, no servimos a Dios de mala gana ni tampoco poniendo condiciones o según nuestras preferencias.* No decidimos a nuestro antojo cuándo vamos a obedecer, quizás pensando en hacerlo solo si nos resulta cómodo o si no tenemos que sacrificarnos demasiado. Por el contrario, somos “obedientes de [todo] corazón” (Romanos 6:17). Como el salmista, decimos: “[Tengo] cariño a tus mandamientos” (Salmo 119:47). Así es, obedecemos a Jehová con gusto. Reconocemos que él merece —y de hecho nos lo pide— que le obedezcamos siempre y sin poner peros (Deuteronomio 12:32). Queremos ser como Noé, quien por décadas obedeció fielmente a Dios y así demostró cuánto lo amaba. De este modo, se dirá de cada uno de nosotros lo mismo que se dijo de él: “Procedió a hacer conforme a todo lo que le había mandado Dios. Hizo precisamente así” (Génesis 6:22).
12. ¿Cuándo le damos una gran satisfacción a Jehová?
12 ¿Cómo se siente Jehová cuando le obedecemos con gusto? La Biblia dice que le alegramos el corazón (Proverbios 27:11). Pero ¿de verdad puede uno hacer feliz al Soberano universal? Sin lugar a dudas. Veamos por qué. Jehová nos creó con la capacidad de decidir por nosotros mismos qué vamos a hacer. Así, tenemos siempre la opción de obedecer a Dios o, por el contrario, desobedecerle (Deuteronomio 30:15, 16, 19, 20). Por eso, cada vez que decidimos hacer su voluntad porque lo amamos con toda nuestra alma, le damos una gran satisfacción (Proverbios 11:20). Y, además, estamos siguiendo el mejor modo de vivir.

“SUS MANDAMIENTOS NO SON GRAVOSOS”

13, 14. ¿Por qué decimos que los “mandamientos [de Jehová] no son gravosos”, y con qué comparación podríamos explicarlo?
13 El apóstol Juan añade luego unas palabras tranquilizadoras: “[Los] mandamientos [de Jehová] no son gravosos”. El término griego que se traduce “gravosos” en 1 Juan 5:3significa literalmente “pesados”.* Por eso, otra versión bíblica traduce así la frase: “Sus mandamientos no son una carga pesada” (Nuevo Testamento, Pedro Ortiz). Jehová no nos pide nada insoportable o contrario a la razón. Aunque todos somos imperfectos, podemos cumplir sus leyes.
14 Pongamos una comparación. Imagínese que uno de sus mejores amigos le pide a usted que le ayude a mudarse de casa. Hay que mover muchas cajas, algunas relativamente ligeras y otras tan pesadas que solo pueden llevarse entre dos personas. Su amigo le dice cuáles quiere que cargue. No le va a pedir que levante las cajas pesadas usted solo, pues no desea que se lastime cargando un peso superior a sus fuerzas. Lo mismo ocurre con nuestro amoroso Dios. Él no nos pide imposibles (Deuteronomio 30:11-14). Nunca nos manda cargar con un peso excesivo. Jehová comprende hasta dónde podemos llegar, pues “conoce bien la formación de nosotros, y se acuerda de que somos polvo” (Salmo 103:14).
15. ¿Por qué podemos estar seguros de que los mandamientos de Jehová son para provecho nuestro?
15 Los mandamientos de Jehová no son para nada pesados; lo único que buscan es nuestro bien (Isaías 48:17). Moisés dijo a los israelitas que debían “poner por obra todas estas disposiciones [...] de temer a Jehová nuestro Dios”. Y luego indicó la razón: “[Es por] nuestro bien siempre, para que nos mantengamos vivos” (Deuteronomio 6:24). Nosotros también podemos estar seguros de que las leyes divinas son siempre para provecho nuestro, para que seamos felices eternamente. Y es lógico que sean tan beneficiosas. ¿Por qué? Porque proceden de Jehová, y él sabe lo que más nos conviene, ya que es infinitamente sabio (Romanos 11:33). Además, él es el amor en persona (1 Juan 4:8). Como el amor es parte esencial de Dios, está presente en todo lo que hace y dice, lo que incluye todos sus mandamientos.
16. ¿Qué nos permite ser obedientes a Dios aunque sufrimos la influencia de este mundo corrupto y de nuestra propia imperfección?
16 Pero eso no quiere decir que obedecer a Dios sea fácil. Tenemos que luchar contra la influencia de este mundo corrupto, que “yace en el poder del inicuo” (1 Juan 5:19). También tenemos que pelear con nuestra propia imperfección, que nos incita a violar las leyes divinas (Romanos 7:21-25). Pero en esta batalla puede triunfar el amor a Dios. Jehová bendice a quienes están decididos a obedecerle por amor. De hecho, da “espíritu santo [...] a los que le obedecen como gobernante” (Hechos 5:32). Y ese espíritu produce en nuestro interior un fruto maravilloso: excelentes cualidades que, a su vez, nos ayudan a seguir obedeciendo a Dios (Gálatas 5:22, 23).
17, 18. a) ¿Qué estudiaremos en este libro, y qué debemos tomar en cuenta al examinarlo? b) ¿Qué veremos en el próximo capítulo?
17 En este libro estudiaremos los principios y las normas morales de Jehová, así como muchas otras indicaciones de lo que él quiere que hagamos. Al realizar este examen, debemos tomar en cuenta varios hechos importantes. Primero, que Jehová nunca nos obliga a obedecer sus leyes y principios; él quiere que hagamos su voluntad porque nos nace del corazón. Segundo, que Jehová nos ofrece un modo de vida que trae consigo muchas bendiciones en la actualidad y vida eterna en el futuro. Y por último, que obedecer a Jehová de todo corazón es una magnífica manera de demostrarle cuánto lo queremos.
18 Para ayudarnos a decidir si algo está bien o está mal, Jehová nos ha hecho a todos un regalo: la conciencia. No obstante, si queremos que esta facultad nos oriente bien, tenemos que educarla, y eso es lo que vamos a ver en el próximo capítulo.
En el cap. 6 de este libro se explica cómo elegir diversiones sanas.
De mala gana, hasta los demonios son capaces de obedecer. Cuando Jesús ordenó a unos espíritus malignos que salieran de unas personas, ellos no tuvieron más remedio que hacer lo que no querían: reconocer la autoridad de Cristo y obedecerle (Marcos 1:27; 5:7-13).

Esta misma palabra se usa en Mateo 23:4, donde se habla de las “cargas pesadas” que los escribas y fariseos ponían sobre los hombros de la gente al obligarla a cumplir una larga lista de reglas y tradiciones inventadas por el hombre. En Hechos 20:29, 30 se traduce como “opresivos” y se aplica a los apóstatas que se portarían como tiranos y engañarían a muchos hablando “cosas aviesas”, o retorcidas.



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